Normas

Esta es la tercera parte de la carta de un maestro de ballet. Si quieres ver la segunda parte, está aquí: “Carta a un estudiante/II. Persistir”

Ya lograste llegar hasta aquí. Hiciste lo más difícil. Ahora, sumérgete y despliega tu talento. Pero, con calma, sin desbocarse. Nuestro trabajo es serio y no vinimos a “brincotear” de manera desaforada y sin sentido. Se trata de una sesión de entrenamiento que requiere de la experticia de un maestro; un método fiable y de todos tus recursos físicos, emocionales y cognitivos alineados en la misma dirección.

Recuerda: estás esculpiendo al bailarín que llevas dentro. Ri-gu-ro-si-dad. Es por eso que me gusta ver la clase como un lapso de tiempo en el que, juntos, administramos esa energía de la que te hablaba hace poco; resguardándola con sumo cuidado para que no se desperdicie y canalizándola para que trabaje en función de tus objetivos. En otras palabras, buscamos máxima Atención y Concentración. Me refiero a la capacidad de enfocarte en los contenidos de la clase, al punto de ignorar lo que ocurre en el resto del mundo y hacerlo durante la hora y media que dura cada sesión.

Como maestro, estoy obligado a transformar la clase de ballet en un espacio de meditación, para centrarte en cuerpo y mente; para inducirte a un estado de máxima conciencia que potencie todos tus recursos.

Entenderás ahora por qué me inquieta tanto que te dejes perturbar por un ruido tras la ventana, que siempre quieras saber quién tocó a la puerta o que preguntes de dónde viene “x” olor. Pero no hablo sólo de los estímulos que seducen a tus sentidos, hablo también de tu mente, sobre todo de tu mente.

¿Crees que no me doy cuenta? Tu cuerpo está conmigo, pero tu mente anda en otro sitio. Divaga para aquí y para allá, entre un recuerdo del pasado y una ensoñación del futuro. Chasqueo los dedos, ¡chas!, en un intento desesperado por traerte a tierra, pues te necesito aquí y ahora. “Cálmate – te digo –, cálmate”. Como maestro, estoy obligado a transformar la clase de ballet en un espacio de meditación, para centrarte en cuerpo y mente; para inducirte a un estado de máxima conciencia que potencie todos tus recursos. Te quiero consciente, presente, completo, PODEROSO.

Es aquí en donde cobra sentido el papel de las normas. Fueron creadas precisamente para salvaguardar la clase, darle orden y evitar que se desborde. En otras palabras, para mantener la energía fluyendo en la dirección correcta y facilitar que sigas enfocado. 

Si te pido que seas puntual es porque constituye una muestra de respeto por el tiempo del otro, da a entender que la clase te importa y que eres confiable. Ten presente que la confianza es clave para construir fuertes vínculos, y estos, a su vez, son el soporte de cualquier experiencia exitosa de aprendizaje. Necesito confiar en ti y necesitas confiar en mí. Ser puntual, lo sabes bien, significa llegar 20 o 30 minutos antes, para lo que yo llamo “respirar y entrar en calor”. Estirar músculos, calentar articulaciones; pero también respirar, para que la mente se vaya aquietando; se olvide del mundo externo y, poco a poco, entre en la modalidad “clase de ballet”. 

Una de las normas que más me gusta es el silencio. En una clase de ballet, el movimiento es el rey. La palabra es un privilegio exclusivo del profesor, y si bien es una herramienta necesaria para la comunicación, hay que tener cuidado al utilizarla.

Volvemos a lo mismo: al igual que lo hago yo durante la clase, también tú, en el calentamiento, debes autoinducirte a un estado casi meditativo. Transforma ese momento en todo un ritual. Sugiero que lo hagas con tus compañeros, al calor de una tranquila conversación. Recuerda que ellos persiguen objetivos similares a los tuyos, y me interesa que forjen un sólido vínculo; que te contagies de su motivación y que ellos se contagien de la tuya. Para resumir: me interesa que al ingresar por la puerta del salón lo hagas no como un bailarín, sino como miembro de un grupo.

El uniforme, otra norma de la clase, existe no solo por comodidad, belleza o identidad con la institución. No, la principal función de esas prendas es permitir que entres en sintonía con tus pares. Hacer que se parezcan, para que se identifiquen unos con otros y se conecten. Grábate esto en la memoria: como parte de un grupo eres más fuerte. 

Piénsalo por un momento: ¿te imaginas contar no solo con tu energía y tus recursos, sino además con los de tus compañeros? Si el instinto gregario y la cooperación nos han permitido sobrevivir como especie, entonces, ¿por qué no aprovecharlo para el logro de tus objetivos? Otras reglas como no bostezar, no entrar agua al salón, pedir permiso para ir al baño, no apoyar los codos en la barra…, todas ellas cumplen la misma función: ayudarte a que administres, canalices e incrementes tu energía, sin incurrir en desperdicio alguno. Hablamos de eficiencia, el aprovechamiento al máximo de los recursos disponibles para alcanzar una meta.

Una de las normas que más me gusta es el silencio. En una clase de ballet, el movimiento es el rey. La palabra es un privilegio exclusivo del profesor, y si bien es una herramienta necesaria para la comunicación, hay que tener cuidado al utilizarla. Seguro que ya me habrás escuchado decir: “yo no imparto teoría”. Se trata de una clase práctica, y por eso procuro hablar lo absolutamente necesario; con precisión y utilizando la menor cantidad de palabras. 

Tú, querido estudiante, debes ser todavía más austero con el habla. Una que otra expresión de ánimo a tus compañeros suele sentar muy bien. ¡Hurra, bien hecho! Quizás una pregunta, alguna acotación o comentario que contribuya a aclarar un término, un concepto o la ejecución de un paso. De lo contrario, la palabra corre el riesgo de convertirse en simple parloteo; lo único que hace es desperdiciar tu tiempo, tu energía y la de tus compañeros. Si el profesor habla, todos escuchan. Si la música está en curso, tú bailas o ves bailar. ¿Por qué haces correcciones? No asumas el rol del profesor. Por respeto y, sobre todo, porque puedes crear más confusión. ¡Zapatero a tus zapatos! Si tienes algún “tip” o recomendación para tu compañero, ¡bienvenido!, pero pídeme permiso para hacerlo. Que todos te escuchemos.  

Un caso peor es cuando la palabra se emplea en temas que nada tiene que ver con la clase, ni siquiera con el ballet. Una cosa es fortalecer vínculos y otra muy distinta chismosear. Temas como la familia, la pareja, o la escuela están fuera de lugar. Recuerda que el resto de tu vida se queda afuera. Aquí adentro, estorba. ¿Y qué decir de la palabra negativa? No sólo es un desperdicio de recursos, es pura mala energía. Quieres un ejemplo: la queja. Estas cansado, no lo digas; tienes hambre, guarda silencio; una uña enterrada, cállate. Evita maldecir o todo ese rosario de frases derrotistas por el estilo de: no puedo, no soy capaz, es muy difícil. Evita convertirte en una fuente de mala atmósfera. ¡Silencio, por favor!

Entremos en materia: la Repetición. Te he escuchado decir que la clase de ballet es muy rutinaria o que ya perdiste la cuenta de todos los Battement tendus que has hecho en tu vida. Escúchame bien:  la repetición es la clave. Te he explicado, por ejemplo, en qué consiste un Pirouette; las diferentes fases en su ejecución, la manera y el momento exacto en que debe moverse cada segmento de tu cuerpo, qué debe verse, qué sensaciones deberías experimentar… En fin, podrías decirme esto y mucho más sobre este importante movimiento, ¿verdad? Y, sin embargo, aún no consigues realizarlo a la perfección. ¡Por supuesto! Una cosa es que lo comprenda tu mente y otra muy distinta que lo hagan tus músculos y articulaciones. 

No le puedo explicar a tu rodilla, no le puedo susurrar a tu pie, no puedo utilizar analogías o símiles con tus tobillos. Entiéndeme bien: la palabra es importante, pero insuficiente. Hay sensaciones inabordables a través del lenguaje, cosas que sólo se logran con la práctica, haciendo y, sobre todo, repitiendo. La repetición es la clave, porque el aprendizaje de la danza, como cualquier otro aprendizaje, requiere inicialmente de atención consciente y focalizada. Seguramente, la primera vez que escribiste tu nombre completo requirió de parte tuya un significativo esfuerzo; mucho tiempo y sumo cuidado para lograr juntar esas palabras y que el resultado fuera por lo menos legible. Todo un reto. Ahora, escribir tu nombre resulta tan fácil que consigues hacerlo sin siquiera darte cuenta. Así es, se volvió automático, inconsciente. 

Estarás de acuerdo conmigo en que esa es la sensación que todo bailarín anhela experimentar al momento de pararse en un escenario. No tener que pensar. Que salga natural, orgánico, fluido y fácil. Que tu mente deje de ocuparse del cómo, que pueda soltarse y simplemente dejarse llevar por sus piernas: bailar. Eso explica por qué me entusiasmo tanto cuando me dices “hagámoslo una vez más” Lástima que lo solicites sólo con algunos ejercicios, los que más te gustan. Por favor, no subestimes ningún elemento de la clase, por sencillo que parezca. Toma cada ejercicio como si fuera el único, no pienses en el anterior o en el que le sigue. No te afanes por terminarlo pronto, ralentiza el proceso y saboréalo. Son solo tú y él, aquí y ahora. Enfócate intensamente y de manera exclusiva en su correcta ejecución. Hazlo una y otra vez, una y otra vez.

Si quieres continuar leyendo esta carta, mira su cuarta parte aquí: “Carta a un estudiante/IV. Cuerpo y mente”.

Posted by:Acento Ballet

Revista digital de ballet.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *