Antes de subir al escenario el pulso del corazón acelera un poco. Ya, en escena, la música marca lo que cabeza, manos, pies, abdomen y el resto del cuerpo deben seguir; todo bajo control, al tiempo, sin que parezca complicado. Es un acto de complicidad entre el bailarín y quien le observa, allí, primitivo: sintiendo. Conversan el bailarín, su cuerpo y el espectador: todo el universo tiene ritmo. Las acciones, lo que se deriva de ellas y la ausencia de las mismas, tienen ritmo. Ir y venir, es ritmo. Y el ritmo, sabrán, es un golpe. O dos. Y la variación de su intensidad y la repetición de unos y otros. Y el golpe, sabrán, es acento.

Acento es una palabra que proviene del latín accentus en la lengua griega. En su definición es aquello que hace que el ser humano al pronunciar una palabra, tenga que resaltar una sílaba en particular con mayor intensidad, como el bailarín resalta un fragmento de su paso y hace que solo ese instante y no otro sea el protagonista del movimiento. Acento es fuerza, pero también precisión.

Acento es, como el ballet, exacto y limpio.

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